La garnacha se usa a menudo como un componente de mezcla, añadiendo cuerpo y dulzor de frutas al vino, aunque los vinos elaborados con esta cepa pueden diferir mucho en sus sabores dependiendo de su región de producción.
Esta uva puede dar algunos problemas al productor debido a la tendencia a oxidarse fácilmente y a perder color, además de su tediosa recolección ya que su fuerte tallo dificulta la recolección con cosechadora.
Los altos niveles de azúcares y la escasez de taninos, hace que la garnacha bien adaptada a la producción de vinos fortificados, como los vin deux naturelle del Rosellón y los vinos al estilo de Oporto (port-style) de Australia.
En la región de la Rioja, a menudo se mezcla con otras variedades como la tempranillo y la graciano. Los vinos de garnacha en la Rioja tienden a ser suaves, afrutados y equilibrados, con una buena capacidad para el envejecimiento en barricas de roble.
Por otro lado, en el Priorat, una de las denominaciones más prestigiosas de Cataluña, la garnacha se cultiva en suelos de pizarra, que aportan una mineralidad única al vino, y los viñedos, a menudo viejos y de bajo rendimiento, producen uvas de gran concentración, por lo que suelen ser potentes, con notas de frutas maduras, hierbas secas y minerales, y tienen una excelente capacidad de envejecimiento.
En Francia, especialmente en el Ródano, la garnacha es una de las principales uvas de mezcla en los vinos del Valle del Ródano, como los Côtes du Rhône y los Châteauneuf-du-Pape. En estos vinos, la garnacha se combina con otras variedades autóctonas del Ródano, como el syrah y el mourvèdre, para crear vinos con una complejidad aromática notable, que van desde las frutas rojas y las especias hasta las notas de cuero, tierra y hierbas aromáticas.
Sin embargo, en Australia y en los viñedos del Nuevo Mundo, suelen ser más intensos y maduros en sus sabores, con notas de frutos rojos y negros, así como especias dulces y un leve toque de pimienta.