Las conservas de frutas son un recurso a nivel de preservación y aprovechamiento de las explotaciones frutícolas que acompañan al hombre desde siglos atrás. De esta forma, grandes partidas de fruta que obedecen a estacionalidad, pasan a ser alimento para el resto del año. Por otro parte es una solución para las dificultades que puede presentar el transporte de ciertos frutos y el deterioro que les puede generar grandes trayectos como podían ser los viajes en barco en el siglo XVII.
A lo largo de la historia de la humanidad se ha empleado el azúcar, por ejemplo el existente en la miel, como conservante. De esta forma, es complicado determinar el punto exacto en el que se concibieron las conservas de frutas, pudiendo estas presentarse de distintas formas, quizás más primitivas a las que hoy conocemos. Así la elaboración de las distintas conservas no ha experimentado grandes cambios siendo azucar, agua y fruta sus únicos ingredientes. Para obtener algunos de los productos que conocemos se añadiría el calor a la ecuación, para realizar posible el proceso en el que se cuece la carne de la fruta con azúcar hasta que se consigue una mezcla con textura de gel. La clave en esta receta es el carácter higroscópico del azúcar, es decir, su capacidad para absorber humedad. De esta forma seca la fruta y los microorganismos no pueden proliferar, añadido esto a la presión que genera en las membranas de las células de estos, se elimina el riesgo de que se reproduzcan. Finalmente se obtiene la deliciosa pasta inerte que resiste al paso de los años. Realizada correctamente, y envasada de forma hermética queda intacta hasta el momento en que vuelve a exponerse al aire.